domingo, 5 de septiembre de 2010

Asignaturas pendientes.

Con esto de estar rodeada de folios hasta las cejas y no tener tiempo ni para mirarme al espejo y...reconocerme. No he podido evitar caer en la recurrente melancolía por aquellos tiempos en los que ibas al colegio y tu única preocupación era cómo emplear tu tiempo en el recreo. Y esto, de una forma u otra, te lleva a hacer un repaso de los compañeros que no has vuelto a ver, de las excursiones que siempre fueron una buena excusa para no ir a clase, de los profesores que antes te provocaban respeto y ahora te provocan una carcajada maléfica e inevitable y, por supuesto, de las asignaturas que siempre odiaste porque siendo tan pequeño ( por lo menos en mi caso) nunca adoraste ninguna lo suficiente como para recordarla.

Y entre esos odios caducos e infantiles, me he encontrado con las matemáticas y todos sus representantes a lo largo de mi experiencia académica. Recuerdo que, entre otras muchas cosas, ya en 1º de primaria, cuando esta asignatura todavía no tenía una relación directa con los números y ecuaciones persecutorias, nos enseñaban los sistemas de medida. A modo de potaje, todo juntito y bien removido, aprendíamos que el peso se mide en gramos, el tiempo en minutos u horas, la distancia o longitud en metros y la temperatura en grados centígrados.

Ahora, años (bastantes) más tarde, entiendo por qué la asignatura nunca llegó a entusiasmarme. Digamos que nunca me gustaron las limitaciones, en este caso esa frase de:  " sin embargo, chicos, hay cosas que no tienen una unidad de medida, por ejemplo: los sentimientos"). Así que me propongo a mi misma acabar con esa parte que, a mi parecer, les faltaba a las matemáticas...partiendo de la base, de la raíz del problema: los sistemas métricos. Para, de este modo, probar si solucionando el origen del problema puedo reconciliarme con esta materia de la que, a día de hoy, no consigo librarme.

En primer lugar, voy a intentar empezar a establecer unidades de medidas provisionales  (o no) de los denominados sentimientos. Por ejemplo: ¿Quién dice que la paciencia no se pueda medir en el número de decepciones acumulables posible?, ¿ o que el enamoramiento no es más que el número de tonterías posibles a llevar a cabo por alguien?

Y con toda esta ( i )lógica reflexión no he hecho más que darme cuenta de un par de cosas:

Que tu casa y la mía están a 3 canciones tristes de distancia. Y que yo estoy a 2 sonrisas y 3 confesiones, que suenen bien y no digan nada, de cometer un error.

 Así, no me queda otra que empezar de cero y dejar de medir la distancia en metros, el peso en gramos, el tiempo en minutos u horas y la temperatura en grados centígrados. De hoy en adelante,utilizaré mi propio sistema métrico.

Cerrado por reformas.
Puede que todo esto te parezca una tontería, pero tú, por si acaso, hazme caso y no sonrías.

3 comentarios:

  1. Amo la foto. Sin duda.
    Creo que muchas veces el origen está en querer medir, algo que no tiene unidad de medición, no?

    Saber cuanto nivel de tristeza tienes en mente, no te va a aumentar o disminuir, quizá te distraiga un rato, quizá incluso, te centres demasiado en querer obtener el resultado.
    Creo que las matemáticas hicieron un perfecto fracaso en ti xD
    No siempre la solución es uno. El infinito, también existe.
    Y si no, que?
    Y si corazón no fuera más que el aumentativo de la palabra coraza?
    Tengo UN corazón, tengo UN corazón...
    Quizá simplemente el corazón es un órgano que bombea y gracias a él vivimos, no?

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  2. Mejor crearse un sistema propio ,aunque creo sinceramente que en muchos de los casos seguiría siendo un caos.
    Seguramente plagado de una gran cantidad de números irracionales, con prioridades según el tipo de operaciones, intentando con ingenuidad conseguir el resultado perfecto y alcanzar el infinito en cósmicas relaciones,o desesperándote mientras mides los ángulos de un triángulo escaleno.
    No se...habrá que probar.

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  3. Encontré un texto interesante:

    Al cruzarse, el círculo se enamoró del cuadrado y el cuadrado del círculo en una suerte de flechazo geométrico. Movido por una pasión desmedida, el cuadrado comenzó a acariciar la curvatura del círculo, y éste le correspondió besando cada ángulo, cada arista, hasta adentrarse al fin en el epicentro de su área. Nueve meses después nació una línea recta como muestra de su amor infinito.

    "La fórmula del amor". Este cuento bien podría representar el interés de algunos científicos por encontrar una fórmula matemática que defina el amor. Una fórmula imposible de resolver si tenemos en cuenta la cantidad de incónitas que sugiere.
    Las lágrimas, por ejemplo, jamás pueden ser fielmente representadas por su masa, o su volumen. Y los besos tampoco. Quien se empeña en despejar en despejar la x o la y de una pareja, en realidad está incitando al suicidio masivo de nuestros sentimientos. Si pudiéramos cuantificar mediante números cuánto nos queremos, perderíamos el último resquicio de magia que nos queda. No necesito que me quieras en grado 73 sobre 100. Sólo te pido que me quieras. Que me ayudes a olvidar la cuadratura de tu círculo.

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